sábado, 7 de febrero de 2015

Adios, amor.


Siempre tuve fe en el amor y sigo manteniéndola con la misma intensidad, pero alcanzado este punto de mi vida, la perspectiva ha cambiado.

Antes imaginaba el amor como algo que debía sucederme, que me tocaba por naturaleza y esperaba impaciente mi turno para amar y ser amada. Para comenzar mi cuento infinito hacia los sentidos más profundos y dichosos.
Llegué a impacientarme esperando ese momento ansiado, como la noche previa a la llegada de los reyes magos, que me robaba el sueño cuando era niña.
Pero no llegaba.
No llegaba y cada vez sentía menos, me consumía lentamente; hasta hoy.

Hoy ya no siento prácticamente nada.
No recuerdo que es la ilusión verdadera. No recuerdo el cosquilleo a traición de una tripa de nervios incontrolables. No recuerdo las ganas, el deseo irrefrenable, la alegría bulliciosa de reflejarme en unos ojos. No recuerdo qué es amar. No recuerdo qué es el amor.

Y no me importa.
Ahora imagino el amor como algo creado para los demás.
Un juego en el que jamás me adentraré, pero seguiré disfrutando al observarlo por mi alrededor. Algo que a veces soñaré, pero que no me quitará el sueño.
Será como esa casa que quizás nunca podré comprar, pero me seguirá pareciendo hermosa.


Y curiosa y contradictoriamente soy más feliz que nunca.


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