Admiro a esa gente que se entrega para protegernos al resto, esa
gente a la que no le importa morir en ello porque estaría muriendo por algo que
ama. Yo me considero un buen soldado y es que creo que no hace falta irse
al ejército para luchar por lo que amamos, creo que la vida consta de eso, de una
continua lucha en la que tal vez los resultados sean más catastróficos que los
que puedan surgir de portar una escopeta y situarse frente al enemigo. Hablo de
los daños en el corazón. De esas heridas que te matan por dentro y que no terminan
de destruirte por fuera. De esas heridas con las que tienes que aprender a
convivir si quieres seguir viviendo aunque ya eso no esté en tus planes. Hablo
de echarle un par de cojones, y perdón por la expresión, a recordar, o mejor
dicho, tener siempre en mente como si de
un himno se tratara que el que no arriesga no gana y que no siempre hace falta
ganar para ser un ganador.
Creo que hoy en día cada vez somos más cobardes y yo
admiro a los pocos valientes que quedan, por eso me admiro a mí y por eso
duermo tranquila por las noches, porque no me quedo con las ganas de hacer todo
aquello que quiero hacer ni me rindo o dejo luchar por aquello que realmente
considero que merece la pena, aunque luego
pueda equivocarme. Soy masoquista o como yo me denomino, una sentimentalista en
continua acción. Y sabéis qué, que lo adoro, adoro confiar tanto en la gente,
adoro esa sensación de bienestar que me provoca el entregarme sin pedir nada a
cambio y sentirme aceptada. Es importante luchar por lo que uno quiere porque
por muy típico que pueda parecer todo, hay trenes que pasan solo una vez, trenes
que pueden llevan consigo el mejor de los viajes.
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