domingo, 14 de diciembre de 2014

Hay guerras y guerras al igual que guerreros.


Admiro a esa gente que se entrega para protegernos al resto, esa gente a la que no le importa morir en ello porque estaría muriendo por algo que ama. Yo me considero un buen soldado y es que creo que no hace falta irse al ejército para luchar por lo que amamos, creo que la vida consta de eso, de una continua lucha en la que tal vez los resultados sean más catastróficos que los que puedan surgir de portar una escopeta y situarse frente al enemigo. Hablo de los daños en el corazón. De esas heridas que te matan por dentro y que no terminan de destruirte por fuera. De esas heridas con las que tienes que aprender a convivir si quieres seguir viviendo aunque ya eso no esté en tus planes. Hablo de echarle un par de cojones, y perdón por la expresión, a recordar, o mejor dicho,  tener siempre en mente como si de un himno se tratara que el que no arriesga no gana y que no siempre hace falta ganar para ser un ganador.

Creo que  hoy en día cada vez somos más cobardes y yo admiro a los pocos valientes que quedan, por eso me admiro a mí y por eso duermo tranquila por las noches, porque no me quedo con las ganas de hacer todo aquello que quiero hacer ni me rindo o dejo luchar por aquello que realmente considero que merece  la pena, aunque luego pueda equivocarme. Soy masoquista o como yo me denomino, una sentimentalista en continua acción. Y sabéis qué, que lo adoro, adoro confiar tanto en la gente, adoro esa sensación de bienestar que me provoca el entregarme sin pedir nada a cambio y sentirme aceptada. Es importante luchar por lo que uno quiere porque por muy típico que pueda parecer todo, hay trenes que pasan solo una vez, trenes que pueden llevan consigo el mejor de los viajes.

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